El dudoso capital político de Vox

Mientras a un lado y otro de la frontera estábamos muy ‘entretenidos’ con las negociaciones del Brexit, las polémicas con Gibraltar y las cábalas sobre si el Acuerdo de Salida se aprobará en el Parlamento británico, llegaron las elecciones andaluzas. Y la irrupción de Vox en el Parlamento Andaluz con nada menos que el 11 por ciento de los votos. Justo la víspera del inicio de las celebraciones por los cuarenta años de la Constitución Española de 1978, paradójicamente.

Y llegó la caída del PSOE tras 37 años de gobierno en la Junta de Andalucía. Esto, por sí mismo, ya es un hecho a analizar. El cambio de tendencia política en esta comunidad autónoma se inició ya en 2008 y se consolidó con el fallido intento de Javier Arenas de alcanzar la Junta cuando ganó las elecciones de 2012 con 50 diputados, frente a los 47 de su oponente, José Antonio Griñán. Pero entonces no pudo alcanzar la administración andaluza y los socialistas siguieron en el Palacio de San Telmo.

Pese a ello, tarde o temprano el cambio iba a producirse. El PSOE es un partido dividido en dos y con grandes luchas internas, donde la corrupción -como en el PP- ha sido un espectáculo lamentable, con dos expresidentes de Andalucía y 20 altos cargos en el banquillo. Con pasajes, por cierto, muy poco edificantes que no merece la pena recordar.

La actual candidata tenía, además, sobre sus espaldas el peso de haber descabalgado a Pedro Sánchez de la Ejecutiva Federal. Pero, cosas de la vida, al final Sánchez se convirtió en el presidente de Gobierno por una moción de censura contra Rajoy. En el banco azul, también con un nuevo espectáculo trufado de másteres de dudosa procedencia, comprometidas grabaciones a altos cargos, luchas de poder y más corruptelas. En medio de esa vorágine, Sánchez y Díaz volvían a encontrarse.

Mientras, en el PP explotaba la bomba de la sucesión de Rajoy con enfrentamientos a cara de perro entre Sáenz de Santamaría y Cospedal. Al final, Casado se comió el pastel. Un marcado giro hacia la derecha aznarista. Todo esto, en medio de la crisis constitucionalista catalana, el ascenso de Ciudadanos como marca ‘regeneradora’ del centro-derecha y los vaivenes de Podemos, con serias dificultades de cohesión interna y otras muchas para encontrar un discurso político nacional fuera del frentismo.

Andalucía ha vivido un año difícil, con una importante crisis migratoria, que ha desestabilizado la política española en este ámbito. En el Campo de Gibraltar, continúa además el abandono histórico, negligente y absurdo de las instituciones, especialmente acusado en La Línea, donde ni siquiera se formalizó la intención de aplicar el cacareado plan integral linense en el que, por cierto, había unanimidad política a nivel nacional. El Campo de Gibraltar sufre un retraso importante con respecto a otros lugares de la geografía nacional, paliado al inicio de la campaña con el anuncio de un plan de 900 millones que está pendiente de materializarse.

¿Qué percibe el ciudadano? La podredumbre de los partidos. La corrupción. Las peleas internas. La falta de atención a sus problemas diarios. Los efectos de las listas cerradas, donde políticos manifiestamente ineficaces siguen en sus puestos decenas de años. Que los autónomos están abrasados a impuestos para ganarse un sueldo. Que el currante madruga todos los días y el contrabandista vive de lujo. Que las fuerzas de seguridad son agredidas. El abandono. La desidia. El hartazgo.

Y vienen los salvapatrias. Y prometen acabar con todo lo malo, frenar la inmigración ilegal, lograr la unidad nacional y que las familias son las de toda la vida: un hombre y una mujer. Nada de homosexuales ni ‘chorradas’. Que cerrarían la frontera si pudieran… Y muchas barbaridades más. Y parte de aquellos ciudadanos hartos de los discursos políticos erráticos, van a por la papeleta y les dan el 11 por ciento de los votos.

En mi opinión, el cambio político en las democracias no es solo sano, sino necesario para que las instituciones, los parlamentos y los partidos se regeneren cada cierto tiempo. Hay además, una desconexión total entre los intereses de los ciudadanos y lo que proponen los partidos tradicionales. Y de esas aguas beben los populismos y los extremismos, ha pasado históricamente y seguirá ocurriendo. Y, por último, el Campo de Gibraltar y especialmente La Línea son víctimas de un abandono institucional histórico que favorece muy poco la confianza en la política tradicional.

Con este panorama, yo invito a los partidos constitucionalistas a reflexionar, no para investir al PSOE -como propone Susana Díaz-, sino para saber por qué se han desconectado de la sociedad. Eso, al margen de considerar altamente dudoso el capital político que Vox puede aportar al PP -que ya ha radicalizado su discurso- y a Ciudadanos con vistas a los procesos electorales que se avecinan.

Y esa reflexión, que ha de producirse, es muy muy importante. Porque solo desde una política realmente hecha para los ciudadanos y no para los partidos se podrá ilusionar al votante. Y se podrá frenar, en realidad y con argumentos, ese avance de la extrema derecha. Opción política que, en mi opinión, socava los fundamentos de nuestro sistema social y democrático de derecho. Y representa un retroceso enorme para los derechos sociales, realmente muy preocupante.

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