Este 24 de febrero ha sido uno de los días más tristes que han visto mis ojos. Como la mayoría de las personas que hemos vivido en países en paz, jamás podría imaginar que la guerra, una guerra como las de antes, podría volver a apoderarse del corazón del mundo y dejarlo encogido, en un puño. Ni que eso pasaría en Ucrania, justo al otro lado de Europa, la misma que defiende, o eso dice, los valores humanos, democráticos y los derechos de las personas por encima de todo.

Y es eso lo que nos hace diferentes de un dirigente ruso que, tras pasar semanas estudiando la estrategia y abarrotar sus fronteras de soldados, tanques y armamento, decidió esta madrugada que era el momento de atacar. Sin piedad. Y los ucranianos, que vivían un 23 de febrero en paz, se encontraron unas horas después en pleno estallido del conflicto.

Contaba en su crónica el querido colega y excepcional corresponsal de El Mundo en Moscú, enviado especial a Kiev, Xavi Colás, cómo el sonido de las alarmas que preceden a las bombas confirmaron lo que vendría después. Y hemos visto, de nuevo, algo que pensábamos que no íbamos a ver en nuestras narices. La guerra de siempre, con bombas, con muertos y gente huyendo despavorida, con lo mínimo en sus coches, o andando. Sin gasolina. Con colas para salir de su tierra, dejándolo todo atrás. Con lágrimas de dolor. Con hombres jóvenes yéndose al ejército. Con multitud de gente escondiéndose en el metro. Con el miedo, en definitiva, apoderándose de la vida.

Una invasión masiva por tierra, mar y aire que aparenta ser, al menos hasta ahora, un paseo militar de Putin por territorio ucraniano, que parece encaminarse a Kiev como quien sale a pasear con el perro. Y que no sé si estará loco, pero sí que sabe muy bien lo que hace y conoce la debilidad ucraniana, fuera de la Unión Europea (UE) y fuera de la OTAN.

La comunidad internacional tiene ahora una herida abierta, sangrando por Ucrania, que pone en una delicadísima situación a las potencias occidentales. Caer en la provocación de Rusia sería, directamente, desencadenar la III Guerra Mundial. Duele hasta escribirlo.

Por eso espero que tanto la OTAN como la ONU, la Unión Europea y los países comprometidos con la paz sean capaces de buscar la fórmula oportuna para que este nuevo escenario que ahora se abre ante nuestros ojos no nos depare el futuro de dolor, miseria y destrucción que se vislumbra si las cosas se complican.

Y que no nos lleve de vuelta a los tremendos desgarros sufridos por Europa y el mundo en sus horribles guerras durante el siglo XX, porque sería una enorme tristeza que no hayamos aprendido nada de nuestra historia reciente. Este 24 de febrero en Ucrania han muerto 137 personas en un solo día por una barbarie, de la que sólo cabe esperar que dure lo menos posible. Toda mi solidaridad para Ucrania en su hora más oscura. No les dejemos solos.

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