El poder del ‘speaker’

El ‘speaker’ del Parlamento británico, John Bercow, lo que en nuestro sistema podría considerarse como el presidente de la Cámara y que vela por su ecuanimidad, los tiene muy bien puestos. Me refiero a los arrestos que le ha echado al culebrón del Brexit para decir a la primera ministra británica, Theresa May, que hasta aquí ha llegado el llevar a Westminster el acuerdo de salida con el que no está de acuerdo la mayoría de la Cámara. Como se lo ha hecho saber el Parlamento ya por dos veces.

Esta decisión, basada en una norma de funcionamiento nada menos que de 1604, ha desatado una crisis política de proporciones inmensas en el ya horadado Gobierno británico. Que ahora se ve yendo a Bruselas a pedir la prórroga sin un consenso bajo el brazo y enfrascado en un callejón sin salida en el que nunca se debería haber entrado.

Mientras Bercow va por las inmediaciones de Westminster con jersey a rayas moradas y se coloca toga y corbata para poner orden con sonoridad en el Parlamento, May a estas horas ya le habrá enviado la pertinente carta a los líderes europeos para solicitar, rogar, pedir (o incluso “mendigar”, han dicho medios como el London Evening Standard) la prórroga que tranquilice a los británicos, gibraltareños y a los que nos toca el Brexit por aproximación. Como a nosotros, aquí en el Campo de Gibraltar.

Pero es importante que la misiva al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, llegue antes del jueves, fecha en que arranca el Consejo de la UE. Porque este asunto, de máximo interés, se espera que entre en el primer lugar de la agenda para evitar llegar al día 29 de este mismo mes sin un plan de salida. Lo que sería un auténtico caos para todos los que nos vemos abocados al precipicio del Brexit. Salvo que… el Reino Unido pidiera revocar el artículo 50. Que sería lo mejor, vista la incapacidad de los diputados británicos para ponerse de acuerdo sobre cómo irse de la Unión Europea (UE).

Sinceramente, es realmente decepcionante que el paradigma de la democracia occidental, la moderación y el orden haya llegado a este nivel de confusión, rareza y ensimismamiento. Y mucho más haya quien piense o haya pensado que salir de la UE era una decisión sin el coste político, económico y social que está conllevando para las instituciones, para los británicos y para el resto de afectados.

Hace unas semanas, un conductor italiano me decía en Londres: “Si nadie lo evita, nos tendremos que ir de aquí después de haber estado treinta años trabajando sin descanso. Ésta es una ciudad muy cara, no tenemos la calidad de vida que existe en nuestros países. Y después de que italianos, españoles, rumanos o asiáticos estamos ayudando a levantar este país, quieren expulsarnos de él sin más”.

En ese testimonio entendí la peor cara de un Brexit duro: el miedo. Esta crisis política europea se está llevando por delante, sin haberse hecho efectiva aún la salida, las ilusiones de millones de personas. Está levantando barreras post-globalización y está demostrando que la democracia, por muy vetusta que sea, debe seguir construyéndose todos los días. En la situación actual, sería una lección política muy triste que no logre superarse el reto de un Brexit pactado… Aunque sea en el último minuto o encomendándose al poder del ‘speaker’.

 

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