Un emigrante en Buenos Aires

Casquillos de bala. Transeúntes, aterrorizados, se tiran al suelo para evitar la ráfaga de disparos cercana al centro comercial del Conurbano de Buenos Aires. Los trabajadores de la gasolinera relatan al veterano periodista del magacín vespertino cómo unos desconocidos habían intentado robar un camión de mercancías, descerrajando tiros a diestro y siniestro a las cinco de la tarde.

Mientras el magacín iba y volvía de la escena del suceso, milagrosamente sin víctimas, otros periodistas en plató comentaban las noticias del día: El gobierno de Macri busca acuerdo para sus presupuestos, pendientes del FMI, con la inflación al 40 por ciento y el peso cayendo en picado. El broker Ernesto Clarens recupera la memoria repentinamente y revela a su señoría una lista de nombres y montos económicos de obras concedidas a numerosas empresas por el kirchnerismo.

Una profesora, brutalmente agredida en un coche tras dar de comer a los ‘pibes’ pobres de un barrio. Un carnicero espera juicio por haber perseguido y atropellado mortalmente a un ladrón que le robó la caja a punta de pistola. Los sindicatos se manifestarán en la plaza del Obelisco… Y, para remate, una bacteria virulenta se ha cargado a varios niños, provocando una alarma de salud nacional. Qué intenso todo.

“Así son nuestros días”, comentaba Guido con hastío sobre la situación. Guido es un joven empleado de una empresa aduanera, culto, de origen europeo y religión judía. Otro joven, Miguel, un taxista argento casado, con dos niños y dos perros, con casa residencial ‘de quincho y pileta’ en la periferia, está preocupado. “A la gente no le llega con lo que antes vivía y esto causa muchos problemas de seguridad“, dice.

Pese a lo que puede parecer por sus noticiarios, Argentina es un país muy diverso y bello, hecho de historia dura, mezcla de culturas y siempre en plena ebullición. Es el principal receptor de inmigrantes de Latinoamérica, con más de dos millones de personas de otros países del entorno, y uno de los que más emigra cuando las cosas se ponen feas. “Es cíclico”, relata una porteña en el avión. “Esto cada diez años, lo mismo: crisis financiera”, añade resignada.

“Los inmigrantes aquí tienen un trato muy positivo, tienen ayudas para estudiar y muchos vienen a formarse a la universidad. Son bienvenidos”, dice Miguel cuando le pregunto por la inmigración. El tema me interesa, enseguida se me viene a la cabeza el drama migratorio que vivimos en el Estrecho, especialmente álgido este verano.

En Argentina, en enero de 2017, una reforma legal endureció el control de las autoridades migratorias sobre la población inmigrante, generando una importante reacción en contra por parte de 150 organizaciones sociales. En 2018, los jueces han tumbado esa reforma por considerarla inconstitucional. No en vano, tras una lucha de muchos años, los argentinos habían logrado enterrar la ‘Ley Videla’ en 2004.

Desde entonces se reconoce la migración como derecho humano, el Estado es obligado a establecer mecanismos de regularización y asegura el acceso a la justicia en todo trámite de detención o expulsión por razones migratorias.

El Centro de Estudios Legales y Sociológicos de Argentina (CELS) destaca cómo “la política migratoria desarrollada en la Argentina ha sido señalada por diversos órganos de derechos humanos y actores sociales como un modelo frente a las políticas migratorias restrictivas que se implementan en la mayoría de los países. Esto ha influido en reformas legislativas e institucionales concretas, en especial en países de la región, como Uruguay, Bolivia y en la reforma brasileña”.

Y añade: “El modelo argentino influyó también en la formulación de estándares internacionales más protectores de los derechos humanos y expuso el papel de la regularización migratoria en la garantía de los derechos de los migrantes”.

Qué contraste. A este lado del Atlántico y del Estrecho de Gibraltar, las cosas son muy diferentes. Hasta el pasado 31 de agosto, entraron irregularmente en España 33.195 personas, un 120% más que entre enero y agosto de 2017. La tendencia es que “no podemos asumir” tal cantidad de migrantes, que causan un efecto llamada.

Sin embargo, al no hallarse soluciones conjuntas en el plano europeo y tampoco en el nacional, lo que realmente ocurre es que hay mafias forrándose a costa de poner en riesgo la vida, sobre todo, de menores que llegan desamparados y de muchos adultos que quedan desarraigados. Probablemente, merezca la pena analizar el caso argentino para buscar posibles paralelismos y, ojalá, mejores soluciones. Porque el balance de la gestión migratoria en España no puede ser positivo.

La semana que viene volveré a la comarca y Gibraltar, hay mucha tela aquí. 

P.D.- ¡Mil gracias por la acogida que le habéis dado al blog! Me siento muy afortunada por vuestra lectura. Espero vuestras sugerencias y comentarios…

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